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entrevistas y artículos por eduardo paz carlson

jueves, 3 de febrero de 2011

EL VIEJO BOB AL ATAQUE. seguido de comentario sobre crónicas vol 1.

Este no es un disco optimista. Si no se presta atención a las letras se escucha sin problemas pero tratándose de Bob Dylan, las letras son lo más importante y, por lo tanto, apenas el oyente las empiece a tararear la cosa cambia. Todo se vuelve más oscuro. Hay algo de humor caprichoso pero es un humor agrio, fruto del desencanto.


El mundo actual (sobretodo los poderes humanos que lo gobiernan) está resultando ser un lugar muy desagradable para Bob Dylan. El veterano cantante de protesta parece haberse dado cuenta de que la lucha de su generación por la libertad, la igualdad y la paz ha fracasado definitivamente: está asqueado y ya no tiene lugar para la esperanza en sus canciones, sólo lamentos y recriminaciones con un toque de ácida nostalgia, casi cínica.

Son 10 canciones nuevas pero henchidas de viejos lamentos, viejas demandas no satisfechas. El enfoque ya no es tan autodirigido como en su dos discos anteriores Time Out Of Mind (97) y Love and Theft (2001), en Modern Times aparece un Dylan muy combativo y franco, más universal y más preocupado por el destino de la humanidad. Modern Times tiene aún más pesimsimo y densidad que Time out of mind (1997). En ese álbum el propio Dylan anuncia en el tema Not Dark Yet: “Ni siquiera escucho el murmullo de un rezo/Todavía no oscureció/ pero la oscuridad está llegando…”, es la oscuridad del alma individual, la oscuridad ante la falta de una fe, es la oscuridad que está cubriendo al mundo. Y bien, esta oscuridad ha llegado plenamente a música de Dylan, (después de una pequeña demora con el mundialmente aclamado álbum Love and Theft), en Modern Times.

Las canciones

“Truenos en la montaña y fuegos en la luna/ hoy es el día en que voy agarra mi trombón y a soplar” Esta es la primera línea de Thunder on the Mountain el tema que abre el disco. Está claro que Dylan avisa que va a decir lo que siente y que no le importan las consecuencias. Esta canción es un típico ejemplo, de “cowboy music” o “western swing boogie”, un estilo musical pensado para el baile y el recreo. A dylan le gusta disfrazar sus letras crípticas con estas tonadas engañosamente alegres. En la segunda estrofa, Dylan parece criticar a la cantante Alicia Keys por haber abandonado sus raíces musicales negras a favor de una música más blanca, comercial y masiva: “me estoy preguntando donde en este mundo podrá estar Alicia Keys…la he estado buscando por todo Tennesse…”. Extrañeza y molestia ha despertado, tanto en críticos como en fanáticos del trovador, esta mención de Keys. ¿Se tratará de una broma del viejo zorro?

El segundo tema es Spirit on the water es una balada blusera que muy bien podría sonar en algún sórdido salón de baile al costado de cualquier autopista que atraviese los Estados del centro de los Estados Unidos. Como una pareja bailarines borrachos y cansados el piano y las guitarras de la introducción casi no se acoplan pero enseguida consiguen enderezarse y la canción se encamina. Es una cancioncilla de amor contrariado “No puedo explicar los orígenes de este escondido dolor…he estado pateando barro, rezándole a los poderes de arriba/ estoy sudando sangre/ mi cara que ruega amor…” Crudeza y desesperación casi tanguera. Al final, una llorosa guitarra se limpia las lágrimas y juguetea pícara con la armónica de un solitario vaquero que desparecerá al amanecer.

El espíritu del gran Muddy Waters está presente en Rollin and tumblin, el tercer tema. Es un espíritu muy limpiado y puesto a punto para la estética de los blancos amantes de la “country music”. Del clásico Rollin and tumblin de Waters, Dylan preservó la aspereza de las guitarras y el estribillo. Un macho americano se queja por la ingratitud de su hembra : “una puta me ha hechizado la mente”. ¿Algún simbolismo secreto? Difícil descifrarlo.

En la lacrimosa balada country que le sigue, When the deal goes dow, Dylan canta su tristeza por otros tiempos y pero también por errores involuntarios cometidos en el pasado: “Río y lloro y me atormentan las cosas que no quise decir y deseé decir…” Tonada triste, seis minutos de plañidera.

En el quinto tema, Someday Baby, los ánimos se calientan y agitan. Es un homenaje a J.J. Cale y a John Lee Hooker, especialmente a los temas Boom Boom y Dimples de 1956. Otra vez los desamores de un hombre enloquecido por otra mujer malvada pero en este caso el hombre se pone violento y amenaza: “..uno de estos días te voy a retorcer el cuello…”

Los tres temas siguientes son los mejores del álbum: Workingman´s blues, Beyond the horizon y Nettie Moore.

El primero sorprenderá a todos porque Dylan canta muy parecido a Cat Stevens y la melodía, por lo menos al comienzo, recuerda demasiado a Father and son del hoy musulán. Aparte de eso, esta balada de aire marcial y fatalista evoca al héroe del country Merle Haggard y sus canciones sobre trabajadores idealistas y esperanzados.

El segundo es un viaje hacia “detrás del arco iris donde la vida acaba de empezar”. En esta canción Dylan se olvida de la desesperanza y describe un lugar detrás del horizontes donde todo es, fue y será mejor. Una steel guitar hawaiana hace flotar al oyente entre nubes y le cosquillea la nariz. Todo es satisfacción indolente y contemplación. Pero no hay que fiarse, todo se va a derrumbar: “Está oscuro y aburrido/ he estado implorando en vano/ estoy herido y cansado/ mi arrepentimiento es total…” Bellisma canción a pesar de la truculencia final.

Y la tercer es Nettie Moore, una canción inspirada por un aire popular de la época de la guerra civil americana que trata sobre una esclava negra. Melodía parecida a Blackbird de los Beatles. Lo que sucede es que se trata de una pieza que viene desde el folk inglés de ahí el parentesco melódico. Los dos últimos tracks son los más duros del álbum.

The levee´s gonna break es casi un boogie pero se suaviza para ser más cantable. “si sigue lloviendo el dique se va a romper/todos dice que este es el día que hizo el Señor…” El drama humano en que hundió el sur de los estados unidos luego del huracán Katrina es el asunto central en esta pieza. Hay rabia desprecio por la administración Bush : “algunos de estos van a robarte todo lo que puedan…/ no tienen idea cual camino seguir/…” Y sobre la desinformación y el maquillaje de la verdad sobre todo lo que ocurrió Dylan puntualiza desafiante:: “ todavía hay gente durmiendo pero mi gente está muy despierta”

Ain´t Talkin lleva a Dylan “caminando por un jardín místico”. Aquí el cantautor se pone abiertamente apocalíptico. Se diría un cristiano evangelista profetizando el final de los tiempos: “En el corazón humano un espíritu malvado puede vivir/ el sufrimiento no tiene fin” Cerca del final las guitarras parecen desfallecer, como afectadas por el horror que canta Dylan pero enseguida retoman fuerza y los sustentan mientras dice: “Quieren aplastarte con todo su poder/ yo vengaré la muerte de mi padre, sólo entonces retrocederé/ me arde el corazón el alma anhelante/ tengo que sacarlos de mi miserable cerebro…” . Nuevamente desfallecen las guitarras pero logran revivir para que Dylan haga su anuncio final: “ no estoy jugando, no estoy aparentando…no estoy amamantando temores superfluos… mi corazón arde en el último rincón del fin del mundo”

No complaciente y clásico

Desde que el propio Bob Dylan presentara el disco para el mundo en su programa radial en la Red (XM Radio Online, Deep Tracks), el pasado sábado 27 de agosto el impacto ha sido general. Los fans más leales están maravillados con el retorno de Dylan a su raíces del blues proletario y el country- folk más tradicional. Tanto la revista Rolling Stones como el periódico The Guardian elevan Modern Times al rango de obra maestra aunque no dejan de aclarar de que se trata de una obra perturbadora. Que todos queden avisados: en este álbum no hay experimentos estilísticos y canciones a la moda.

Musicalmente, Dylan hace un prolijo homenaje a los estilos que le nutrieron durante toda su carrera. Poéticamente, es el trabajo más directo, franco y crudo desde los turbulentos años sesentas.

Dylan dice lo que le da las ganas, es hermético por no decir caprichoso y juega con eso al mismo tiempo que grita su descontento.

Esta música no es para masas de jóvenes cabezas huecas. Exige mucho del oyente. No es un sonido de moda, no es fashion ni tiene glamour, ni está de onda y no sirve para ringtones. Quienes e interesen por las nuevas tendencias del New-Folk o el Country Alternativo encontrarán en Modern Times una fuente de agua limpia de la cual beber.

Se ha dicho que Modern Times es el disco de un hombre viejo (léase avejentado y derrotado) que protesta amargamente contra un mundo moderno que le es hostil ¿Quejumbroso?, sí ¿derrotado? Este hombre viejo tiene muchas fuerzas todavía para combatir. Él mismo lo proclama a los cuatro vientos en Thunder on the mountain : “Voy a juntarme un ejercito de hijos de putas, los reclutaré de orfanatorios”.

*** bueno

Banda: Bajo: Tony Garnier, Batería: George G Receli, Guitarras: Stu Kimball y Denny Freeman. multi-instrumentalist: Donnie Herron. Productor: Bob Dylan bajo el alias de "Jack Frost." Dylan toca piano guitarras, armonica y canta.

Eduardo Paz Carlson, para SEMANARIO BUSQUEDA, 2006



BOB DYLAN CRÓNICAS vol. 1. 14 agosto, 2006 para SEMANARIO BÚSQUEDA



Por eduardo paz carlson


“Estás muy flaco para ser un peso pesado. Tendrás que ganar kilos, vestir mejor, que se te vea más elegante…Aunque no es que vayas a necesitar mucha ropa en el cuadrilátero. No tengas miedo a atizarle muy fuerte a nadie.


-No es boxeador, Jack, es cantante y vamos a editar sus canciones.


-Ah, bien. Espero escucharlas un día de estos. Buena suerte, chaval.”


Esta escena tuvo lugar en un restaurante en la esquina de la calle 58 y Broadway en la ciudad de Nueva York una muy fría tarde de invierno del año 1961-62. Quien daba consejos era el gran boxeador Jack Dempsey, dueño del local. Quien iba a editar las canciones era Lou Levy, jefe de Leeds Music Publishing. Y el escuálido cantante, era Robert Allen Zimmerman, alias Bob Dylan. Así comienza Crónicas, Volumen I, el libro de memorias escrito por Bob Dylan (65). La versión original, en idioma inglés, se editó en el año 2004. Esta versión en idioma castellano fue realizada por el traductor español Miguel Izquierdo se ha puesto a la venta en Uruguay hace 3 semanas.Crónicas fue idea del gerente de la editorial Simon & Schuster, David Rosenthal.
Al principio, Dylan no estaba de acuerdo, incluso confesó no sentirse a la altura del proyecto. Escribir un libro sobre su propia vida lo abrumaba: “No sé exactamente qué significa la palabra “autobiografía” por eso no me creí capaz de escribir este libro” confesó en ocasión de de la presentación mundial de Crónicas en el año 2004.
Como el mercado parecía estar saturado libros, y publicaciones de todo tipo (y en casi todos los idiomas) sobre el pensamiento, la obra y la vida de Bob Dylan, Rosenthal le sugirió al veterano cantante y poeta que escribiera un libro de memorias que se centrara sólo en ciertos períodos especiales de su vida, que no valía la pena relatar toda su historia personal. Dylan estuvo de acuerdo con este enfoque siempre y cuando no se le impusieran ni el tono, ni la estructura narrativa de las biografías comunes. También decidió que no iba a utilizar sus memorias para refutar a sus críticos ni aclarar episodios confusos de su vida: “No se trata de contraatacar a nadie, ni tampoco de dar explicaciones…lo que me interesó de este proyecto fue el proceso de escritura, de composición. Quería ver como fluirían mis palabras y mis recuerdos… y cómo irían apareciendo estos recuerdos, de cómo irían apareciendo personas importantes para mí, tanto en lo personal como en lo profesional… iba a ser un experimento emocional…”
Pero para el ex-profeta libertario de las juventudes de los sesentas escribir este libro no le sería fácil: “Lo que yo sé hacer es escribir una canción… escribir un libro es otra cosa. Me sorprendió mucho darme cuenta de que no estaba disfrutando escribir estas memorias. No tanto por las memorias en sí sino por todo el proceso. Me sorprende que alguien pueda terminar de escribir un libro. En las canciones yo uso muchas metáforas y simbolismos que están basados en un valor rítmico. Obviamente, no puedo hacer lo mismo en un libro de memorias. He debido regular mi imaginación, no podía largarme a fantasear libremente” confesó Bob Dylan en una reciente entrevista con la periodista Edna Gundersen para USA TODAY.


Canciones y recuerdos


Crónicas, Volumen I está dividido en 5 capítulos: 1- “Pulir la partitura”, 2- “La tierra perdida”, 3- “New morning”,4- “Oh Mercy", 5- “Río de hielo” (según la traducción española). En “Pulir la partitura” Dylan ha llegado a Nueva. El autor cuenta su primer encuentro con John Hammond, productor de jazz, cazatalentos y descubridor de grandes artistas de la historia de la música popular estadounidense como Billie Holliday, Benny Goodman, Count Basie y Lionel Hampton, entre otros. Hammond lo escuchó tocar una tarde en el café Gerde's Folk City del Greenwich Village y quedó impresionado: “Me gusto tanto su forma de cantar que le pedí que viniera al estudio. Tocó unas canciones y me mostró unos poemas. Esa misma tarde lo contraté”. En Crónicas, Dylan relata ese momento de la siguiente manera: “Yo apenas podía creer que estuviese en su despacho. Se me antojaba tan increíble que me fichara para Columbia Records que temía que todo ello fuera fruto de mi imaginación…” Hacía poco, Hammond había fichado al combativo cantante de protesta Pete Seeger. El senador McCarthy había colocado al cantautor en su famosa lista negra de antiamericanos. Hammond arriesgó su carrera al darle trabajo a Seeger y al mismo tiempo lo defendió ante toda la comunidad artística. Dylan admiraba a Hammond por estas actitudes y ahora se maravillaba al escucharlo decir: “Me va lo auténtico. Eres un joven con talento. Si puedes centrarte y controlar ese talento, todo irá bien. Voy a contratarte y a grabar tus canciones. Veremos qué pasa”. Lo que pasó fue el disco “Bob Dylan” el primer álbum del joven trovador. Por entonces, Dylan no pasaba de ser un imitador del legendario cantante folk y activista antifascista Woody Guthrie. Desde que Dylan lo había escuchado por primera vez, en el verano de 1959, Guthrie se había convertido en su ídolo.


Según Dylan, en la escena musical estadounidense de aquella época las cosas estaban “bastante adormecidas” y lo que él tocaba por entonces eran “ásperas canciones folk servidas con fuego y azufre…” Durante el resto del capitulo I y todo el capitulo II Dylan seguirá contando anécdotas sobre infancia y adolescencia, sobre la forma en que la música de Guhtrie le maravilló y sobre sus primeros días en la gran manzana, sus primeros show, sus primeras canciones. Evoca lugares como el Café Wha? o el café Gaslight. Escribe con admiración sobre colegas poetas-cantantes, como Dave Van Ronk, el maestro del blues rural y explorador pionero de la guitarra ragtime y Hank Williams, icono máximo de la música country. Dylan analiza la forma de componer de estos dos grandes de la música popular norteamericana y resalta su valentía al luchar por una sociedad más igualitaria y menos materialista.


Casi al final del capitulo II, “La tierra perdida”, Dylan cuenta algunas de las visitas que le hizo a Guthrie en el hospital, “un auténtico manicomio desprovisto de cualquier atisbo de esperanza espiritual”. Son páginas muy conmovedoras. Junto con algunos pasajes del capitulo IV, son las más tocantes (y las mejor redactadas) del libro.


En el capitulo III, “New morning”, se ocupa de tres asuntos: comienza con un repaso de su trabajo junto al poeta (tres veces ganador del premio Pultizer) Archibald MacLeish; sigue con una descripción somera de la convulsiva situación política que se vivió en los Estados Unidos durante los sesentas, y culmina recordando agriamente lo mojigata que fue (en los primeros años de su carrera) la prensa norteamerica al interpretar su pensamiento.


En 1968 “Archie” como lo llama Dylan, le había pedido que escribiera algunas canciones que formarían parte de su obra teatral Scratch. El veterano poeta le explicó que sus canciones “servirían como glosas a las escenas”. La obra de MacLeish era muy sombría y pesimista con respecto al destino final de la humanidad. Dylan se dio cuenta de que la propuesta le sobrepasaba y que no concordaba con su visión del futuro. “De la obra se desprendía un mensaje que iba más allá del Apocalipsis: algo así como que la misión del hombre consistía en destruir la tierra. Todo aquello apuntaba a una conclusión que yo prefería no saber.” Para Dylan, escribir canciones pensadas como partes de una obra teatral era un experimento fascinante. Pero, en este caso, presentía que el proyecto no se ajustaba a sus parámetros filosóficos. Por respeto al venerado poeta, y tras una intensa lucha interior, Dylan le dijo que lo intentaría. El teatro era según él “la más suprema de las artes” porque sin importar donde estuviese ambientada la obra, “siempre se desarrollaba en el “ahora eterno”. Pero esta obra no despertaba ninguna magia especial de Dylan, más bien le parecía “tan dura, tan lúgubre como un asesinato nocturno”. Lo que Dylan realmente quería de MacLeish era recibir la sabiduría de un poeta mayor que él. A fines de la década de 1960 Bob Dylan ya era una estrella de la canción de protesta. Era admirado por millones de jóvenes que lo veían como su Mesías liberador y, al mismo tiempo, era atacado por el sector más conservador de la prensa estadounidense. Dylan se sentía atrapado entre estas dos facciones. Pensó que el veterano poeta le daría orientación, que le ayudaría a soportar la presión. “MacLeish afirmó que me consideraba un poeta de verdad, que mi obra sería piedra de toque para generaciones venideras, que yo era un poeta de posguerra de la Edad de Hierro, aunque aparentemente había heredado algo metafísico de una era perdida.”. MacLeish lo trató como a un igual y esto marcó una distancia insuperable para el joven poeta que ya no se atrevió a pedir consejo.


Como era previsible, la colaboración con MacLeish no prosperó y, sintiéndose casi un traidor, Dylan tuvo que rechazar la oferta del gran prohombre de la poesía estadounidense de aquel momento.


Dylan recuerda: “En 1968 Los Beatles estaban en la India. Estados Unidos andaba envuelto en un manto de furia… La guerra de Vietnam estaba sumiendo al país en una honda depresión. Las ciudades ardían…Un ficticio Don Juan, un misterioso curandero había llegado de México, causaba furor…La experimentación con ácido estaba en plena efervescencia; esta droga ayudaba a la gente a adoptar la actitud adecuada…La nueva visón del mundo estaba cambiando a la sociedad… maoístas, marxistas, castristas; izquierdistas que leían manuales de instrucciones del Che Guevara salían a la calle a hundir la economía… Lo que estaba en blanco y negro estallaba ahora con todo su luminosos colorido…” En todo el mundo los jóvenes celebraban la Era de Acuario y proclamaban a Dylan como su apóstol. “Joan Báez grabó una canción de protesta sobre mí que las emisoras radiaban profusamente y que me exhortaba a lanzarme; a salir y tomar las riendas, liderar las masas, convertirme en activista, capitanear la cruzada.” En Estado Unidos los titulares de la prensa sindicaban al cantante como “El Sumo Sacerdote de la Protesta”, en el “Zar de la Disidencia”, “El arzobispo de la Anarquía”.


Hoy, y sin esconder su amargura, Dylan aclara su verdadera posición en aquellos años de agitación: “Yo había sufrido un accidente de moto del que había salido malherido, pero me recuperé. La verdad es que quería rehuir la ardua competitividad de la vida moderna. Tener hijos había cambiado mi vida y me había aislado de casi todo el mundo y de prácticamente todo...aparte de mi familia, nada tenía mucho interés para mí… Yo no era portavoz de nadie… sólo era un músico.” Profundizando su disgusto, el cantautor confiesa más adelante en este capitulo III, “New Morning” (“New Morning” es el título de una de las canciones que compuso para Scratch): “me ponía enfermo el modo en que subvertían mis letras y extrapolaban su significado a conflictos interesados, así como el hecho de que me hubieran proclamado el Gran Buda de la Revuelta… ¿De qué demonios hablaban?”


Al final, confiesa que en esa época de dio cuenta de que a aquella prensa “había que mentirle” en pos de proteger a su familia y su trabajo.


En el capitulo IV, “Oh mercy” Dylan salta casi veinte años hacia el futuro.


Es el momento en que Dylan confiesa sus peores pesadillas como artista: el quedarse sin inspiración, y el perder el interés por su propio arte. Este es un capitulo sorprendente... La honestidad de Dylan es casi impúdica. Está rabioso. Es el año 1987, una oscura etapa (de su carrera). “Los diez años anteriores me habían dejado exhausto y derrotado desde el punto de vista profesional. Muchas veces me acercaba al escenario antes de actuar y me sorprendía pensando que estaba faltando a mi palabra. No recordaba en qué consistía esa promesa, pero sabía que estaba en algún rincón de mi mente… Había alcanzado una fama enorme que bastaba por sí sola para llenar estadios, pero era como un diploma pintoresco que no me daba acceso a ninguna universalidad. Había demasiado ruido en mi cabeza, y me era imposible expulsarlo. Dondequiera que vaya, soy un trovador de los sesenta, una reliquia del folk-rock, un rapsoda de tiempos pasados, un jefe de Estado ficticio de un lugar que nadie conoce. Me encuentro en el abismo sin fondo del olvido cultural.” Durante la primera parte del capitulo Dylan expone crudamente la pesadillas, las inseguridades y la confusión existencial que le atormentaban a fines de los ochentas. Luego, explica el método de composición que Lonnie Johnson (el genial pionero de la guitarra jazzistica, inspirador de grandes guitarristas como Django Reinhardt y Charlie Christian ) le reveló a principios de los sesentas y con el que planeó revitalizar su música. Pero un grave accidente le dejó una mano inutilizable y aunque por un tiempo tuvo que aplazar sus planes no se dejó vencer por la depresión. Poco a poco fue recobrando la fe en sí mismo. “Las canciones son como sueños que debes luchar por hacer realidad; países ignotos en los que hay que penetrar.” Las composiciones de ese período (Political World, Disease of Conceit, Dignity, What Was It You Wanted y Every Thing Is Broken, entre otras), se transformaron en los mejores aliados que el trovador tuvo para vencer la desesperación. Dylan describe el nacimiento y la evolución de cada una de ellas.


La intervención de Bono, el carismático líder del grupo U2, fue clave para la recuperación anímica del trovador. Una cena con Bono y algunos amigos (“Bono tiene el alma de un poeta viejo y hay que tener cuidado con él. Puede bramar hasta hacer estremecer la tierra”) se transforma inesperadamente en la apertura de una nueva época creativa: gracias a Bono, Dylan entra en contacto con el productor y compositor Daniel Lanois. El autor dedica las 50 páginas finales del capítulo IV a su relación personal y profesional con el creador franco-canadiense. Cuenta sus discusiones sobre la música, el mundo, la amistad (la de ellos dos, especialmente) y lo más apasionante: va llevando a al lector paso a paso a través de todo el proceso de creación de “Oh Mercy” (1989), según muchos, el mejor disco de Bob Dylan en la década de 1980.


En el capitulo V, “Río de Hielo”, Dylan vuelve al año 1961 en Nueva York. Junto a Lou Levy, prepara su primer álbum. Todavía no se siente un cantautor, sabe que le falta experiencia, pero está seguro de que no tiene nada que ver con el “las factorías de canciones” que producían en serie temas facilones que llegaban a las listas de éxitos de la radio”. Siempre combativo, Dylan recuerda desafiante: “Yo estaba metido en el rollo tradicional con T mayúscula y lo más alejado posible del ambiente quinceañero”. Y con orgullo desnuda la fórmula secreta para componer sus primeras canciones: “Sentado en el despacho de Lou, evocaba frases y versos basados en el material de Woody Guthrie que conocía: Cumberland Gap, Fire on the Mountain, Shady Grove, Hard, Ain´t It Hard. Cambiaba unas palabras por otras y añadía cosas de mi cosecha aquí y allá…simplemente progresiones típicas del modo mayor, y de vez en cuando algún recurso propio del modo menor en la línea de Sixteen Tons (Canción-himno legendaria del Classic Country). Con esa melodía se podían componer más de veinte canciones con sólo introducir leves modificaciones. En ocasiones insertaba versos de viejos Spirituals o temas de blues….empezaba con una frase conocida y agregaba una nueva para darle la vuelta, de modo que juntas significaran algo totalmente distinto” A lo largo de todo este capitulo volverá una y otra vez con recuerdos y pensamientos sobre Woody Guthrie, sobre su adorado ídolo. También volverá a su ciudad natal, la lovecraftiana Duluth, un lugar castigado por brutales tormentas y azotada por “aulladores vientos procedentes del gran y misterioso lago negro…” Borrosos, aparecen su padre y su madre, Truman y Kennedy, los circos veraniegos y la televisión, “las primaveras de deshielo” y los “otoños maravillosos”. Dylan desata su nostalgia hacia el pequeño y seguro universo de su infancia y adolescencia. Pero aclara enseguida: “En aquellos años me dedicaba a esperar mi momento. Sabía que había un mundo mucho más grande ahí afuera.” Y la primera muestra de ese “mundo más grande” es el ambiente universitario de la ciudad de Mineápolis. Dylan rememora con reverencia esos días de descubrimientos: están los Beatniks, están las baladas callejeras de Harry Webber, especialista en poesía y canciones folk, que le ayuda a profundizar en la poesía oral de los obreros del metal y el blues rural.; están las canciones de Odetta y Leadbelly; está el guitarrista John Koerner y la banda The New Lost City Ramblers que fascina a Dylan. En Mineápolis escucha por primera vez a los compositores y cantantes de folk Dave Van Ronk, Peggy Seeger y Alan Lomax. En aquella época Joan Báez, “la reina” de los cantantes folk llamado su atención cuando la vio en un programa de televisión: “Yo no podía dejar de mirarla. Ni siquiera me atrevía a parpadear. Ella tenía un aspecto espectacular, con su lustrosa cabellera negra…me quedé embobado frente a la pantalla. Además estaba su voz. Una voz que ahuyentaba a los malos espíritus. Parecía de otro planeta.” De Mineápolis Dylan salta de nuevo a la nueva York del 61. El final de Crónicas se acerca. Dylan está frente a frente con John Hammond. Su carrera de cantante profesional está por lanzarse: “Mi vida estaba a punto de dar un giro de ciento ochenta grados. Tenía la sensación de que había pasado una eternidad desde que había estado en Mineápolis escuchando el álbum Spirituals to Swing y las canciones de Woody Guthrie. Ahora, increíblemente, me encontraba en las oficinas del hombre responsable de aquel álbum, que me iba a fichar para Columbia Records.”


Cruda honestidad


Este libro de memorias es sólo para fanáticos de Bob Dylan. Los demás deberían estudiar la vida y obra del trovador por que si no, se hallaran perdidos al leer Crónicas. El autor escribe para quien lo conoce en profundidad. De todas formas, este libro depara unas cuantas sorpresas para los eruditos. Lo que más impacta es la cruda honestidad con las que el cantautor relata varios episodios de su vida. Es un Dylan desconocido, muy alejado del Mesías de la canción de protesta de los sesentas o del poeta popular e idealista. Es un Dylan humano con las mismas inseguridades y miserias que cualquiera. Los más fanáticos, o quienes le hallan colocado en un pedestal demasiado alto se sentirán desilusionados y hasta incomodados por esta cercanía inesperada. Dylan nunca quiso ser “el Sumo sacerdote de la Protesta” y en estas memorias denuncia la manipulación de que fue objeto por parte de quienes pretendieron colocarlo a la cabeza de la revolución juvenil de los sesentas.


Para el lector que ame la música de Bob Dylan, este libro será un deleite: describe detalladamente la génesis de muchísimas de sus canciones y da algunas claves para interpretarlas correctamente. Lo importante en Crónicas es la música, especialmente la música folk estadounidense. Es un libro saturado de canciones, canciones suyas y canciones de otros. En este sentido, Crónicas es un tesoro para melómanos, sobre todo los Dylanistas. Pero en lo literario, el panorama no es tan promisorio: más que un libro de memorias parece un collage de anotaciones de un diario personal, de respuestas a preguntas de entrevistas, de pensamientos dispersos de Dylan. La narración es confusa, no tiene un estilo homogéneo y en algunos pasajes pierde el rumbo. Por momentos Dylan escribe casi periodísticamente, de improviso da rienda suelta a sus fantasías y sentimientos, luego consigue un ritmo casi novelesco pero apenas comienza a fluir la narración esta se interrumpe para recomenzar otra serie de recuerdos sin mucha lógica. Es como que Dylan se aburre o distrae y se deja llevar por la primera idea que se le ocurre. En otros pasajes, se nota la mano de un editor. A estos fallos estilísticos hay que agregar los caprichos temáticos del autor: apenas habla de sus años dorados de la década de 1960 y no menciona los años setentas, por ejemplo.


Casi no reflexiona sobre temas claves en su vida como la libertad, religión, el consumo de drogas o la política estadounidense de los sesentas. ¿Se tratará una estrategia y lo se buscó fue preservarlos para futuros volúmenes? No esta claro. Aún no hay noticia de la edición de un volumen II o III.


Los mejores momentos del libro son: sus recuerdos de Woody Guthrie (conmovedor), la pintura costumbrista del ambiente de la música folk estadounidense (es casi un estudio musicológico), el encare crudo y directo de los peores momentos de su carrera (muy valiente) y el interesantísimo relato de su colaboración con Daniel Lanois.

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